El primer misionero mexicano

 El élder Andrés Carlos González Rodríguez (1887-1973) fue el primer mexicano que sirvió una misión de tiempo completo. Él nació en el estado de Coahuila, cuando tenía 17 años fue a Chihuahua a estudiar en la Academía Juárez y se bautizó en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, luego se casó y 2 años después tuvo un hijo; no pudo estar más contento.

Pero recibió una carta del Presidente de la Iglesia de ese tiempo: Joseph F. Smith. Él pedía que dejara a su familia y sirviera por algunos años en la misión mexicana, en la Ciudad de México. 

El élder González dejó a su esposa e hijo en manos del Señor, y con mucha fe en Jesucristo salió a la Ciudad de México; después de 24 días de viaje llegó al campo misional el 25 de agosto de 1910. Tenía deseos fuertes de compartir el Evangelio Restaurado de Jesucristo; él y su compañero se encontraban en una calle tratando de encontrar a alguien interesado en su mensaje, y empezaron a cantar un himno protestante. Esos misioneros pensaron que los miembros de sectas protestantes, que habían abandonado la iglesia tradicional, reconocerían el himno y tendrían interés; así que empezaron a cantar: "Pecador ven al dulce Jesús y feliz para siempre serás...". 

Por supuesto unos protestantes se les acercaron y les dijeron: "No pueden cantar este himno, es un himno protestante ¡y ustedes son mormones!".

El élder González les dijo: "Somos representantes de Jesucristo... y por supuesto que podemos cantar sobre Él".

"No, no pueden". "Sí podemos". "No". "Si". "No". "Si". 

Los hombres fueron entonces por la policía y los oficiales les dijeron: "No pueden cantar ese himno, es un himno protestante y ustedes son mormones". "Si podemos cantar". "No". "Si". "No". "Si". Bum! A la cárcel.

Durante los días de la Revolución había muchos que entraban en las cárceles y nunca salían. El élder González no sabía si volvería a ver a su esposa e hijo de nuevo en esta vida. Los dos misioneros oraron al Señor durante la noche y recibieron inspiración de cambiar la letra de ese himno, al día siguiente salieron en libertad y regresaron a la misma calle, la misma esquina, y comenzaron de nuevo a cantar. Otra vez los protestantes y la policía les mandaron que dejaran de cantar el mismo himno. "No es el mismo himno", respondió el élder González. 

Ese himno se incluyó en el himnario de 1912, hoy en día se haya en el Himno # 88. ¡Este himno se ha cantado desde los días de la Revolución! Es una despedida que se oye al termino de los servicios sacramentales, funerales, cuando una familia se cambia de barrio, o sí los misioneros reciben un traslado o relevo. La tercera estrofa dice lo siguiente: "Adiós, pues hermanos, adiós. El momento de ir vino ya, sí guardamos la fe en el Gran Dios, nos veremos aún más allá".

En otra ocasión estaban estos misioneros predicando a unos campesinos en el sur de la Ciudad de México, y llegaron unos soldados federales y les pidieron que dejaran de predicar de Cristo; el élder González les respondió que eran representantes de Cristo y sí podían predicar de Él. Tratando de intimidar a los élderes, uno de los soldados los acusó de ser espías.

"Son carrancistas, vamos a matarlos".

"A mí me parecen zapatistas", acusó otro, "vamos a matarlos".

"¡No!", dijo otro soldado, "ellos son mormones, peor todavía, vamos a fusilarlos".

Formaron un pelotón de fusilamiento y pusieron a los dos misioneros contra el muro.

"¡Preparen!..."

"¡Apunten!..."

En ese momento el élder González recordó algo que había leído en el Libro de Mormón ese mismo día, donde el profeta Abinadí estaba predicando al rey Noé, cuando los sacerdotes se acercaron a Abinadí para quitarle la vida, él gritó: "No me toquéis, porque Dios os herirá si me echáis mano, porque no he comunicado el mensaje que el Señor mandó que diera..." (Moshía 13: 1-3).

Aplicando las escrituras a sí mismo, el élder González gritó: "No, no nos toquéis, porque no hemos dejado el mensaje que el Señor mandó para Francisco I. Madero, Presidente de la República Mexicana".

Los soldados federales se asombraron y empezaron a charla entre ellos, y por fin los pusieron en caballos y salieron todos a ver al presidente. Tocaron la puerta de su oficina y reportaron tener como prisioneros a dos mormones que deseaban hablar con el presidente antes de morir. El presidente Madero los recibió y cuando estuvo frente a ellos el élder González se adelantó a decirle: 

"Presidente Madero, ¿sabía usted que usted es descendiente de profetas?".

"¿¡Cómo!?".

"Sí, usted es hijo de nuestro padre Lehi".

"¿Quién es Lehi?".

El élder González abrió su Libro de Mormón y empezó a hablarle de Lehi, sobre su familia y sus experiencias con el Señor. Y leyeron: "En aquel día [hoy, presidente] el resto de nuestra posteridad [nosotros, presiente] sabrán que son de la Casa de Israel, y que son del pueblo del convenio del Señor; y entonces sabrán y llegarán al conocimiento de sus antepasados, y también al conocimiento del evangelio de su Redentor, que él ministró a sus padres..." (1 Nefi 15:14). 

Un presidente animado exclamó: "Toda mi vida he oído del Gran Dios Blanco Quetzálcoalt, y siempre sentí en mi corazón que era Jesucristo mismo; pero todo el mundo dice que sólo se manifestó en Jerusalén".

"No todos", dijo el élder González, "leamos lo que escribieron nuestros antepasados".

"... y he aquí, vieron a un Hombre que descendía del cielo; y estaba vestido con una túnica blanca; y descendió y se puso en medio de ellos. Y los ojos de toda la multitud se fijaron en él, y no se atrevieron a abrir la boca, ni siquiera el uno al otro, y no sabían lo que significaba, porque suponían que era un ángel que se les había aparecido. Y aconteció que extendió la mano, y habló al pueblo, diciendo: He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo" (3 Nefi 11: 8-10).

El presidente Madero sintió la influencia del Espíritu Santo testificar de esto y preguntó: "¿Dónde puedo conseguir este libro? ¡Me encantan estas enseñanzas!".

"Tengo una copia para usted, ¿lo leerá?", lo desafió el élder.

Dijo que sí el presidente. 

El presidente Madero notó un acento norteño en el élder González y le preguntó sobre su pueblo natal.

"Un pueblito llamado Nadadores", fue la respuesta.

"¿Conoce a don Juan Francisco González Galindo, mi querido profesor?".

"Sí, es mi padre".

"¿¡Cómo!? ¿El hijo de mi profesor! Venga un abrazo. Siéntate, quiero saber de tu papá".

Por fin, al despedir a los dos élderes, el presidente Madero les dijo: "¿Qué puedo hacer para apoyar en su gran obra?".

El élder González recordó la experiencia del magnifico misionero Ammón, en el capítulo 23 del libro de Alma: "El rey había mandado una proclamación a su pueblo para que no molestaran a los misioneros"; así que pidieron: "¿Nos haría el favor de escribir una carta de garantía pidiendo que no deben perseguir a los mormones y que se les dejen enseñar [y cantar] sobre el Evangelio de Jesucristo en paz, bajo la protección de usted, señor presidente?".

Él dijo que sí lo haría. El presidente Francisco I. Madero extendió una carta ordenando a los jefes políticos y militares que les dieran garantías en su trabajo a los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Lamentablemente el presidente Madero fue traicionado y asesinado durante la Revolución y esa carta jamás llegó a expedirse.

Muchos años después, el élder González, ya relevado, fue a un Templo, acompañado de su esposa; y el primer misionero mexicano de tiempo completo efectuó las ordenanzas sagradas de salvación por su amigo, Francisco I. Madero, Presidente de la República Mexicana.