La esperanza, ancla del alma

James Esdras Faust  31 de julio de 1920 – 10 de agosto de 2007

“Nuestra más grande esperanza proviene del conocimiento de que el Salvador rompió las ligaduras de la muerte… Él expió nuestros pecados con la condición de que nos arrepintamos”.

Hace unos pocos años, la hermana Joyce Audrey Evans, una joven madre de Belfast, Irlanda del Norte, tenía dificultades con un embarazo. En el hospital donde la llevaron, una de las enfermeras le dijo que era probable que perdiera la criatura. La hermana Evans le respondió: “Pero no puedo rendirme… tiene que darme esperanza”. Posteriormente, la hermana Evans contó: “No podía darme por vencida sino hasta que se desvaneciera toda esperanza razonable. Se lo debía a mi hijo que aún no nacía”.

Tres días después perdió al niño. De eso, ella escribió: “Durante un largo rato, no sentí nada; pero después un profundo sentimiento de paz embargó todo mi ser. Junto con la paz viene el entendimiento. Comprendí entonces por qué no podía renunciar a la esperanza pese a todas las circunstancias: porque uno vive con esperanza o vive con desesperación. Sin esperanza no es posible perseverar hasta el fin. Había buscado un respuesta a mis oraciones y no me llevé una desilusión: fui sanada físicamente y premiada con un espíritu de paz. Nunca antes me había sentido tan cerca de mi Padre Celestial; nunca antes había sentido una paz así…

“El milagro de la paz no fue la única bendición que recibí en aquella ocasión. Unas semanas después, comencé a pensar en el hijo que había perdido. El Espíritu me trajo a la memoria las palabras de Génesis 4:25: ‘la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set: Porque Dios (dijo ella) me ha sustituido otro hijo…’

“Pocos meses después quedé embarazada otra vez. Cuando nació mi hijo, se dijo que era una criatura ‘perfecta’”. Le pusieron por nombre Evan Seth

La esperanza, ancla del alma Liahona Enero 2000
Presidente James E. Faust
Segundo Consejero de la Primera Presidencia