El sentido interior del bien y del mal, que proviene de la luz de Cristo que se da a todo ser humano (Moro. 7:16). Nacemos con la facultad natural de distinguir entre el bien y el mal debido a la luz de Cristo que se da a toda persona (DyC 84:46), la cual llamamos conciencia. El poseerla nos hace seres responsables. Como otras facultades, nuestra conciencia puede adormecerse con el pecado o el mal uso que hagamos de ella.
> Los escribas y fariseos fueron acusados por su propia conciencia, Juan 8:9.
> La conciencia también da testimonio, Rom. 2:14–15.
> Los mentirosos tienen la conciencia cauterizada, 1 Tim. 4:2.
> Los hombres son suficientemente instruidos para discernir el bien del mal, 2 Ne. 2:5.
> El rey Benjamín tenía la conciencia limpia ante Dios, Mos. 2:15.
> Los nefitas fueron llenos de gozo, teniendo paz de conciencia, Mos. 4:3.
> Zeezrom empezó a sentirse atormentado por la conciencia de su propia culpa, Alma 14:6.
> Al que conoce el bien y el mal, a este le es dado el gozo o el remordimiento de conciencia, Alma 29:5.
> La ley justa trajo el remordimiento de conciencia, Alma 42:18.
> A todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que sepa discernir el bien del mal, Moro. 7:16.
> Toda persona debe tener el libre ejercicio de la conciencia, DyC 134:2.
> Mi conciencia se halla libre de ofensas, DyC 135:4.
> Reclamamos el derecho de adorar a Dios conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, AdeF 1:11.